Donde el tiempo se esconde

Hoy me desperté con una frase rondando en la cabeza. No sé si la soñé, la leí o simplemente la inventé. Es sencilla, pero profunda, al menos para mi.

“El tiempo se esconde donde no hay prisa.”

Y es verdad. Cuando no tengo prisa, cuando no reviso la hora ni el celular, o cuando me sumerjo en una actividad que capta mi atención por completo, el tiempo parece estirarse. Todo pasa más lento, más profundo, más real.

Ayer viví uno de esos momentos. Sin haberlo planeado.

Salí a un café con una de mis hijas. Ella llevó una baraja y dos libros: uno para ella y otro que eligió para mí. Pero en vez de leer, decidimos jugar a las cartas. Era un juego simple, dinámico, que nos permitió platicar, reír, bromear, mientras compartíamos una dona y yo tomaba café.

Estábamos realmente presentes. Sin pantallas. Sin distracciones. Solo ahí. Juntos.

Más tarde, al recordarlo, sentí que el tiempo se había detenido un rato solo para nosotros. Y eso, eso es lo que más vale. Lo que más disfruto. Momentos sin prisa, sin planes, sin costo… simplemente estar.

Tal vez el secreto no esté en tener más horas al día ni en ser más productivos, sino en vivir de verdad las horas que ya tenemos.

Bajar la velocidad. Pensar. Estar.