Mi insipiente gusto por la novela japonesa contemporanea

Desde hace un tiempo descubrí que disfruto mucho leer novelas japonesas contemporáneas. No soy un experto en literatura, ni leo buscando grandes respuestas filosóficas. Simplemente leo porque me hace sentir bien. Me gusta leer despacio, sin presión, y perderme un rato en otros mundos. Y con la literatura japonesa encontré justo eso: un refugio tranquilo en medio del ruido del día a día.

Hay algo en estas historias que me da paz. No sé exactamente por qué, pero cada vez que leo una novela de ese tipo, siento como si el mundo se hiciera más lento, como si todo se suavizara un poco. Es como entrar en una casa rural, una taza humeando en la mesa, y el canto de los pájaros por la ventana.

Me pasa algo parecido cuando escucho música LoFi: esa mezcla de sonidos suaves, con ritmo tranquilo, que no interrumpe ni exige. Sólo está ahí, como una compañía amable. Leer una novela japonesa es eso mismo, pero con palabras. Es como estar en una cabaña frente a un lago, rodeado de bosque. Como despertar con el primer rayo de sol y oler el café recién hecho en la mañana.

Lo curioso es que en estas novelas no siempre pasan grandes cosas. A veces la historia es sólo una chica que trabaja en una librería, o un hombre mayor que camina por su barrio recordando el pasado. Pero lo que importa no es lo que pasa, sino cómo lo cuentan. Hay silencios, pausas, descripciones simples que dicen mucho. Y en ese ritmo, tan distinto al de la vida diaria, encuentro un lugar donde puedo respirar.

Leer este tipo de libros me hace bien. Me recuerda que no necesito correr todo el tiempo, que puedo estar quieto, mirar por la ventana, tomar un té, y eso también está bien. Me da una sensación de hogar, aunque esté lejos de casa. Me da ganas de vivir más despacio.

Quizás por eso me gusta tanto la literatura japonesa. Porque me regala, por unas páginas, un remanso. Y en estos tiempos, eso es un pequeño tesoro.