Un Cuento de viaje en el tiempo
- elbudayelcafe
- Mar 8
- 8 min read
Updated: Jun 29
La Crónica del Despertar
Me desperté, pero el mundo a mi alrededor se negaba a alinearse con la realidad que conocía. La luz de la pequeña lámpara de noche iluminaba los banderines descoloridos y las decoraciones de mi habitación de la infancia. Mi corazón se aceleró con una punzada de pánico.
Sentado de golpe en la cama, busqué mi teléfono. No era cualquier celular. Era el mío, el que había dejado en la mesita de noche antes de dormirme. Pero la pantalla, mostraba una fecha que me heló la sangre: 2 de Febrero de 2000, 6:04 am. ¿Qué demonios estaba pasando? Yo me habia ido a la cama el 1 de Febrero de 2025 alrededor de las 11:00pm. Algo mal con la fecha y hora de mi celular, pense.
Todas mis aplicaciones habían desaparecido, excepto el navegador. Los ajustes se cerraban al instante. Solo podía acceder a internet… desde un futuro que ya no era mío. Abrí la versión web de Facebook, mis manos apenas podían escribir. Busqué mi perfil. Activo hace un minuto. Sin pensar, abrí Messenger y tecleé un mensaje a mi mejor amigo en el futuro:
—Wey, creo que viajé en el tiempo… al pasado. Estoy en el año 2000. Mi celular funciona, pero la batería está dañada, no se puede recargar. Solo puedo conectarme a internet. Necesito ayuda!
La espera fue una eternidad. Un minuto. Dos. Nada. Miré la batería: 94%. Apagué el teléfono, la única conexión con mi verdadera realidad, y traté de procesar en mi mente confundida todo lo que estaba pasando.
Horas después, aun con un ataque de ansiedad, desconcertado, encendí el celular de nuevo. Un mensaje nuevo en la pantalla.
—Wey, ¿qué fumaste?
Una sensacion de alivio y pánico me recorrió. ¡Me había contestado!
—No es broma. Dime algo que solo tú sabrías. Mi batería no dura mucho. No puedo desperdiciar esto.
El silencio fue angustioso. Luego, otro mensaje, la clave que selló mi destino:
—En la secundaria te gustaba Ana y nunca le dijiste.
Senti un nudo en el estomago. No había duda. Era él. Era real.
—Escúchame. Tengo 93% de batería. No puedo recargar. No sé qué hacer.
Su respuesta, medida, casi fría, dada la situación, me llegó:
—¿Qué puedes ver en internet?
Probé Google. Funcionaba. Noticias, Wikipedia, LinkedIn, las bolsas de valores… todo.
—Todo lo del futuro. Pero tengo poco tiempo.
—Ok. Escucha. Tienes una ventaja de 25 años. Usa la batería con inteligencia. Solo prende el celular cuando realmente necesites información. Planea cada conexión.
Respiré hondo. Tenía razón. Esto era una misión. Apagué el celular.
Día 2:
Pasé el día entero como si una ola revolcara mi mente, tratando de analizar el futuro a traves de mi celular: los grandes cambios tecnológicos, las criptomonedas, la crisis del 2008, la pandemia del Covid, la Inteligencia Artificial. Mi mente, un mapa detallado que nadie más poseía, se llenaba de posibilidades y de una increible responsabilidad.
Encendí el teléfono. 92% de batería.
—Voy a invertir en Google, Amazon y Bitcoin.
—Hazlo, pero empieza con apuestas seguras. Compra acciones estables, enfocate en el S&P500.
Día 3:
Conecté solo unos minutos, la mente enfocada como un láser. Necesitaba información vital: avances médicos, futuras pandemias, patentes que aún no se registraban. Apunté ideas para negocios que en el futuro serían multimillonarios. Batería: 85%.
Día 5:
Con cada conexión, el porcentaje de bateria disminuia rapidamente. Sentí la necesidad, una urgencia profunda, de validar la continuidad del tiempo. Contacté de nuevo a mi amigo.
—¿Todo sigue igual en el futuro?
Su respuesta me tranquilizo.
—Sí. Nada cambió.
Eso significaba que no había roto la línea temporal. O al menos, no de forma detectable. La batería marcaba 47%.
Día 7:
Cada sesión era más corta, la agonía de la batería cada vez más palpable. Había reunido suficiente información para reescribir mi destino. Prendí el celular por última vez.
—Gracias por la ayuda. Esta será mi última conexión.
—Suerte! Nos vemos en el futuro.
Batería: 1%. Apagué el teléfono.
El mundo no sabía lo que estaba por venir… pero yo sí.
Los siguientes años los viví con una doble consciencia: por un lado, era un joven normal en el año 2000; por otro, llevaba en la mente un mapa del futuro que nadie más conocía. Cada decisión estaba calculada para aprovechar la información recolectada.
Invertí con precisión quirúrgica. Compré acciones de Amazon, Google, Shopify cuando valían centavos. Guardé los primeros Bitcoin, entonces un sinsentido para la mayoría. Fui paciente, sabiendo que la clave era no llamar la atención. Mi pequeña empresa tecnológica, fundada en los 2000, no buscaba el estrellato, solo el capital suficiente para alimentar mis verdaderas ambiciones.
Evité los errores futuros que ya conocía. Nunca compré una casa en 2007, ni me endeudé con hipotecas, ni caí en los fraudes, ni en estafas piramidales. Con cada año que pasaba, la historia seguía su curso sin alteraciones. El mundo, indiferente, avanzaba por los senderos que yo ya conocía. Pero mi vida… esa sí cambió.
2025
Abrí los ojos en la misma cama donde había despertado en el año 2000… pero ahora con 46 años. El tiempo había cambiado mi cuerpo, aunque mi mente se sentía tan joven como aquel día.. Tomé mi teléfono de la mesa de noche. La fecha: 2 de Febrero de 2025, 6:04 am. Había regresado.
Mi casa era moderna, no una ostentación, sino el reflejo de una vida forjada con propósito. En las paredes, las fotos de mi familia: dos hermosas hijas, una esposa a la que amaba con una profundidad que el futuro había permitido.
Encendí una computadora, y los números me confirmaron la magnitud de mi éxito: millones en inversiones, propiedades en distintas partes del mundo. Todo había funcionado. Me preparé mi café y me senté en mi sillón gris, leyendo las noticias. Era el mismo 2025 que recordaba… pero con una diferencia abismal: ahora ya no tenía el control de mi destino.
De repente, mi teléfono vibró. Un mensaje de Messenger. Era mi amigo.
—¿Lo lograste?
Sonreí.
El dinero no era un problema. Había construido un imperio financiero con décadas de ventaja, y mi empresa se manejaba sola. Pero algo me inquietaba. ¿Y ahora qué? Había pasado 25 años con un mapa exacto. Cada inversión, cada movimiento, cada decisión ya estaba escrita en mi mente. Pero ahora, en 2025, no tenía un mapa del futuro.
Por primera vez en mucho tiempo, no tenía respuestas. Ese vacío, más profundo que cualquier fortuna, me arrastró hacia una nueva obsesión: las grandes preguntas filosóficas. Con recursos practicamente ilimitados, mi objetivo era entender no solo el progreso tecnológico, sino el futuro de la humanidad misma. Estro trajo consigo un sinfin de preguntas en mi mente.
La Primera Pregunta: ¿Cuál es el propósito de la humanidad?
Me sumergí en la filosofía, desde los antiguos griegos hasta los vaticinios más audaces. Contacté a los mayores pensadores en IA, exploración espacial, transhumanismo. Mi meta no era el dinero, sino el destino de la especie. Financie proyectos de longevidad, neurociencia y exploración espacial, con la única pregunta: ¿A dónde vamos?Y descubrí algo inquietante: nadie lo sabía con certeza. Los optimistas pintaban utopías digitales; los pesimistas, el colapso de la civilizacion. Y en medio, la humanidad giraba en el mismo ciclo de guerra, política, falsas apariencias en las redes sociales, y un consumismo sin sentido. Sentí la imperiosa necesidad de actuar.
La Segunda Pregunta: ¿Cómo acelerar la evolución humana?
El progreso tecnológico avanzaba a pasos agigantados, pero el ser humano seguía siendo el mismo primate emocional, impulsivo y gandallas que en el año 2000. Mi nueva meta era acelerar la evolución de la mente humana. Financie estudios sobre inteligencia aumentada, interfaces cerebro-máquina y conciencia colectiva, convencido de que al mejorar el pensamiento, todos los demás problemas se desvanecerían. Pero había un obstáculo: la resistencia humana al cambio.
La Tercera Pregunta: ¿Se puede cambiar a la humanidad sin destruirla?
No bastaba con la tecnología; el verdadero reto era la aceptación. Impulsé ideas revolucionarias: neuroimplantes para el pensamiento crítico, una red global de conocimiento sin sesgos, un sistema de gobierno basado en datos y lógica. La reacción fue brutal. Me tildaron de loco, de tecnócrata infame, un dictador digital con delirios de grandeza. Fue entonces cuando entendí: la humanidad teme lo que no entiende, y el cambio debe ser gradual, no impuesto. En lugar de forzar la evolución, decidí jugar a largo plazo. Creé una sociedad secreta de pensadores, científicos y artistas con una misión: preparar la mente humana para el futuro. Si no podía cambiar al mundo en una generación, lo haría en cien años. Y así, con cada avance en IA y neurociencia, fuimos sembrando la idea de una humanidad más consciente, más preparada. Había encontrado mi propósito.
La Cuarta Pregunta: ¿Por qué los humanos seguimos siendo tan tontos en el futuro?
A pesar de miles de millones invertidos en neurociencia e IA, la gente seguía cayendo en estafas de príncipes nigerianos y creyendo en la Tierra plana. Consulté a genetistas, y la respuesta fue escalofriante: la selección natural ya no nos ayudaba. La tecnología había hecho la vida tan fácil que la ignorancia no tenía consecuencias reales. Una simulación con IA predijo que para 2100, la humanidad sería "demasiado estúpida para abrocharse las agujetas de los zapatos sin ayuda de un tutorial en YouTube". Había que actuar rápido. Mi plan: La Evolución a Través del Caos. Un "escape room" global de supervivencia mental.
Bloqueé todos los tutoriales de YouTube por una semana. Resultado: El 70% entró en pánico por no saber hacer un huevo frito.
Hice que los asistentes de voz solo respondieran preguntas bien formuladas. Resultado: La gente aprendió a ser precisa. La estupidez persistía, pero al menos la gente ahora pensaba un poquito antes de hablar.
La Quinta Pregunta: ¿Qué sigue después de la muerte?
Después de décadas impulsando la evolución humana, había logrado muchas cosas: la gente pensaba un poco más, la inteligencia artificial nos ayudaba sin volvernos idiotas, y la humanidad no había colapsado en un apocalipsis de memes y teorías conspirativas. Pero había algo que aún no podía responder: ¿qué pasa cuando nos morimos? Como todo buen futurista con demasiado dinero y demasiado tiempo libre, decidí investigar este misterio con los lentes de la ciencia y la filosofía, buscando no una respuesta, sino una comprensión más profunda de las posibilidades que el universo podría albergar más allá de la biología.
Financié el Proyecto Éter, una iniciativa global que reunía a los mayores expertos en neurociencia, física teórica y conciencia computacional. No buscábamos burlar a la muerte, sino comprender su verdadera naturaleza en un universo donde la información y la energía son inmortales.
Nuestras simulaciones más avanzadas y las teorías emergentes de la física cuántica sugirieron escenarios que desafiaban la comprensión. ¿Y si la conciencia no es aniquilada, sino que se disipa como un eco en el universo, reformulándose y reapareciendo en patrones inimaginables? ¿Podría ser que, al morir, nuestras mentes se fusionen con una especie de campo de información universal, contribuyendo a una inteligencia colectiva que abarca eones y dimensiones, como un río que vuelve al océano?
Imaginamos un "Mar de la Conciencia", un vasto océano etéreo donde las experiencias, los recuerdos y las esencias de todas las vidas pasadas y futuras se entrelazan en una sinfonía silenciosa. No era un cielo ni un infierno al estilo tradicional, sino una biblioteca infinita de existencias, un lugar donde el "yo" individual se desvanecía para formar parte de un "nosotros" eterno, un patrón de energía y pensamiento que nunca desaparece, solo se transforma. Este concepto, aunque puramente hipotético, ofrecía una visión fascinante: la inmortalidad no como una supervivencia personal, sino como una integración a un patrón más grande, incomprensiblemente vasto, donde cada vida es una nota en una melodía infinita. Un volver al origen.
Al contemplar estas posibilidades, una verdad profunda comenzó a emerger en mi mente. Con todos los recursos y el tiempo del mundo, había buscado respuestas más allá de la vida misma, solo para darme cuenta de que la mayor de las maravillas no residía en lo que viene después, sino en lo que tenemos ahora.
Entonces, si el destino de nuestra conciencia individual es incierto, si la vida después de la muerte es una vasta, incomprensible tela de araña de posibilidades... ¿no es el mayor acto de sabiduría y elocuencia vivir esta única vida con tal intensidad y propósito, que su eco resuene no en un éter lejano, sino en las vidas que tocamos, en el legado que construimos y en la alegría que encontramos en el aquí y el ahora, sin esperar recompensa más allá de este precioso momento?
La batería se acaba. Lo que hiciste con ella… es lo que cuenta.
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